Tiene que portear para ganarse la vida. Cada día doblar su espalda para cargarse un bulto y ganar algo de dinero. Divorciada, aún guarda en su bolso el libro de familia entregado cuando registró el nacimiento de su hijo en Ceuta. Un niño que arrastra una discapacidad psíquica y que entre bultos y avalanchas arroja esa imagen dramática, la de la infancia rota. Su madre se lamenta, no tiene con quién dejarlo. Con su mochila a cuestas cruza el paso antojándose en esa figura que rompe todos los esquemas. Después de ver esto… ¿qué queda?
Mujeres discapacitadas, hombres a los que amputaron las piernas, ciegos que cargan bultos atemorizados por los gritos que retumban en sus cabezas y corren, corren desesperados sin ver la tragedia que se cruza a sus pies.