Son madres y padres que dan de comer a su familia numerosa con las ganancias que obtienen cargando estos pesados bultos hasta Marruecos.
Otras, abuelas, que carecen de una pensión y se atan, cada mañana, un paquete a la espalda con el que salir adelante en medio de este salvaje comercio transfronterizo.
Los hay huérfanos, que mantienen a sus hermanos con los euros que se embolsan cuando consiguen pasar el codiciado fardo por los tornos del ‘Tarajal II’.
Son los dramas que esconden las avalanchas humanas que estos días vuelven a sobrecoger al mundo, coincidiendo con la reapertura del nuevo paso de mercancías. Un trabajo inhumano que se sirve de la miseria de estas ‘mulas’ y ‘camalos’ para suplir la falta de una Aduana Comercial con Marruecos.